Carmen Rodríguez Roque

Es verdad que no fue mi primera opción, de hecho, no fue hasta que me puse a mirar sobre posibles másteres que podía hacer después de la carrera cuando descubrí este mundo. Empecé a hacer el máster y en el momento que hice las prácticas fue cuando realmente me di cuenta que quería dedicarme a la reproducción asistida. La posibilidad de poder crear «vida» en el laboratorio era algo increíble.

En el laboratorio tenemos muchos casos de pacientes, cada uno con una historia diferente, algunos incluso con muchos ciclos previos, y cuando ves que, tras mucha constancia y esfuerzo, consiguen su sueño de formar una familia, es lo más bonito de este trabajo.

Hay muchos pacientes diferentes, cada caso es distinto. Es una realidad que es difícil gestionar situaciones difíciles para nuestros pacientes, como comunicar que no han conseguido generar un embrión o el ciclo no ha ido bien. Son pacientes que llevan mucho estrés emocional y esperan nuestra llamada con algo de esperanza. Intentamos hablarles con toda la claridad y a la vez, con la mayor delicadeza posible.

Muchos pacientes necesitan varios tratamientos para conseguir su deseo reproductivo y es inevitable empatizar con ellos.

Llevaba relativamente poco trabajando en la clínica, y me acuerdo de una paciente que vino a transferirse su primer embrión. La paciente no paraba de dar las gracias. Y ese mismo día, sin saber cuál iba a ser el resultado de su transferencia, no dudo en mandar un mail de agradecimiento, nombrándonos a cada una de las que estábamos en el quirófano ese día. Y lo mejor de todo es que hoy tiene a su niño en casa.

Este trabajo puede generar mucho estrés tanto emocional como físico, sobre todo si has tenido un día cargado en el laboratorio o has tenido un caso difícil que no haya ido bien, por eso al terminar el trabajo intento evadirme un poco y mantener la mente ocupada con actividades un poco lejanas a este mundo.